martes, 21 de abril de 2009

Visita a Consuegra

Uno de esos días de primavera, de los de antes del cambio climático, cuando en Abril las aguas mil. Claroscuros en el cielo, nubes bravuconas dejándonos caer un chaparrón a medida que la tarde avanza. Llegamos a Consuegra y uno sabe que esto es la Mancha y que por aquí pasó Quijano, a lomos de Rocinante. Un pueblo sosegado, adormeciéndose en el aguacero intermitente del domingo. Las ruínas a medio reconstruir del castillo, recordando la orden de San Juan y esos tiempos medievales que nuestra reciente literatura de masas recrea o inventa una y otra vez. Pero sobre todo los molinos, tan arcaicos, y a la vez tan actuales, tan viejos y tan nuevos, tan hermosos.

No, no son gigantes, al menos no estos. No pasarán de los cinco metros. Quizás lo bastante imponentes para engañar al Quijote, pero ¿quién se impresionaría con ellos cuando hoy la Mancha está llena de otros molinos, estos, sí, auténticos colosos? Torres de cincuenta metros de altura, diez veces mayores que estos pobres obreros de moler grano que hoy visitamos, palas de 30 o 40 metros de largo, auténticos brazos de feroces gargantúas que parecen empeñados en aprisionar el viento.

Y vaya si lo aprisionan. Si sopla a más de unos 3 metros por segundo y a menos de 24 m/s, casi la diferencia entre brisa y vendaval, las aspas giran y el motor trifásico acoplado en la cabeza del monstruo va produciendo electricidad.

En nuestro país hay ya miles de ellos y proporcionan, en promedio, el 11 % de la energía eléctrica que circula por la red, más o menos la mitad de la energía que proviene de las centrales nucleares (20 % en el 2008), algo más de la que producen las presas hidráulica (7 %). Entre agua, viento y átomo, una fracción que se acerca a la mitad de nuestra enegía eléctrica (40 %) no emite CO2 a la atmósfera.

Me preguntan a menudo, en entrevistas y conversaciones si estoy a favor de la energía eólica y más de uno se queda asombrado cuando contesto que naturalmente. Alguno, incluso, reitera la pregunta, como sospechando: ¿pero no le parece que son feos? Pues mire, no, al contrario. Me parece que son bonitos. Altos, estilizados gigantes, que atrapan la fuerza del Dios Eolo y producen electricidad sin residuos y sin casi efectos secundarios. Si es verdad que hacen ruido, no lo es menos que se instalan, en general, lejos de donde puedan molestar. Nada nos impide plantar patatas a su sombra y si alguna ave despachan por error, más se llevan por delante la sociedad de cazadores. Hay que tener ganas de criticar o ser muy irresponsable, para meterse con ellos. Hay que mirarse mucho al ombligo, porque todavía no he conocido quién los critique pero a cambio se alumbre con candiles.

No, no son gigantes, señor, son molinos. No arremeta vuecencia contra ellos, que están ahí para hacerle el bien. Si le parece que le estropean el paisaje, fíjese que las torres del tendido eléctrico también lo hacen (y las carreteras, y las chimeneas de las fábricas), son gajes del oficio. Antes de renegar que mejor estábamos sin ellos, pregúntese si le gustaría que le pillara el próximo apagón en un quirófano, mientras le operan a usted o a su hijo. Y no, no se empeñe, me gusta la puñetera energía eólica, palabra de físico nuclear.

¿Viento en lugar de átomo? Bueno, ya veremos. Desde luego, mañana no. Eolo sigue siendo caprichoso y la red eléctrica necesitará de modificaciones profundas antes de que la potencia eólica pueda aumentar mucho más de lo que ya lo ha hecho en España. Líneas en corriente continua, por ejemplo, para minimizar pérdidas cuando el viento sopla en Finisterre y necesitamos la electricidad en Sevilla. Sistemas de almacenamiento eficientes, quizás el hidrógeno algún día. Una gestión ultra-inteligente de la red, capaz de anticiparse a los antojos del voluble dios. Todo eso está en el futuro, el territorio de lo posible, quizás de lo probable, pero también ahí están las centrales de Torio subcríticas (de las que hablaré otro día), la fusión, las esferas de Dyson. Sueños. Unos más cerca y otros más lejanos. Como un horizonte de molinos, o gigantes, recortándose contra el ocaso.

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