viernes, 3 de abril de 2009

Edward Teller víctima de Jane Fonda

En su excelente libro, "¿Nucleares por qué no?" (Debate) mi amigo Manuel Lozano describe con detalle el accidente de Three Mille Island, el segundo mayor de la historia, detrás del accidente de Chernóbil, del que también hablo en "El ecologista Nuclear".

Los datos relevantes del accidente de TMI son los siguientes: se debió a una combinación de errores humanos y deficiente instrumentación; provocó una fusión parcial del núcleo, como consecuencia del calor residual en el núcleo (la reacción en cadena se detuvo automáticamente, como está garantizado que ocurra en un detector de tipo PWR cuando baja el nivel del agua que hace tanto de refigerante como de moderador, pero los productos de fisión siguieron calentando el núcleo sin que nadie se diera cuenta, durante horas). La vasija del reactor se rompió, liberándose al edificio de contención toneladas de agua radioactiva; no hubo víctimas ni efectos que se conozcan sobre la población civil; el episodio estuvo rodeado de confusión y secretismos, lo que generó (junto con la graveded del incidente) una tremenda y justificada reacción negativa por parte de la población civil.

Manolo Lozano cuenta una anécdota que no tiene desperdicio: relaciona a Jane Fonda y Edward Teller.

Fonda había interpretado meses atrás un papel estelar en "El síndrome de China", una película de Ciencia Ficción en la que se especulaba que un accidente como el de TMI causaría que el núcleo fundido se hundiera haciá el centro de la tierra y saliera por las antípodas (China, en el caso de EEUU, de ahí el título del film). La película había sido un éxito de taquilla y una rara premonición, ya que el accidente real recordaba mucho al de ficción en sus características, aunque desde luego el reactor no llego a China.

Teller, por su parte, era un personaje digno de la parodia que haría de él Kubrick en "Teléfono rojo". Un ultraderechista, que había perseguido a Robet Oppenheimer, antiguo director del proyecto Manhattan y uno de los físicos más destacados del siglo XX por sus "actividades antiamericanas" y profeta de la bomba de hidrógeno.

El caso es que, tras conocerse el accidente, Fonda se declaró ferviertemente antinuclear y Teller por su parte, tomó el adalid de la defensa atómica. Decida el lector a quién concedería sus simpatías: a la bella, adorable, inteligente y progresista Jane, o al antipático, visceral y "ultra" Edward. Añádase el miedo del público, obsesionado además con el hecho de que se le hubiera ocultado información. Era una batalla perdida para la energía nuclear y para Teller que en mitad de las hostilidades sufrió un infarto. Más tarde declararía, correctamente por todo lo que yo sé: "la única víctima del accidente de TMI he sido yo" (refiriéndose a su infarto). Aunque se apresuró a corregir: "perdón, no ha sido la energía nuclar la que me ha agredido; ha sido Jane Fonda".

Humor negro aparte, el accidente de TMI tiene muchas lecciones que enseñar: Una, que los accidentes pueden producirse, sobre todo cuando, como en la mayoría de las centrales nucleares todavía en operación hoy en día, los sistemas de seguridad son ACTIVOS, es decir requieren de la intervención de un operador que a su vez debe detectar el problema y utilizar sistemas que deben funcionar de manera impecable en el preciso instante en que se les necesita. Dos, que un accidente tan serio como el de TMI, sin embargo, no resultó en nada parecido a una catástrofe humana (aunque sí económica). Tres, que en caso de accidente es imprescindible contar con la confianza de la población, lo que a su vez requiere una estricta transparencia.

Cada uno de esos puntos merece la pena una discusión por separado, de la que ya me ocuparé. Los sistemas de seguridad han mejorado muchísimo desde TMI, y los reactores de la Generación III (como el EPR francés, que operará en Olkiuloto) afirman contar con una seguridad diez veces mayor que los "antiguos" (esto es los que están actualmente operativos). Los modelos más importantes de la GIV son todavía más seguros.

Más le vale a la energía nuclear. Un argumento (correcto) esgrimido a menudo por los críticos es que el público no tolerará otro Chernóbil, posiblemente ni siquiera otro TMI. O en otras palabras, una expansión nuclear lo bastante grande como para contribuir de manera significativa a mermar la fracción de centrales de carbón en el mundo (y por tanto contribuir seriamente a luchar contra el cambio climático) implicaría multiplicar al menos por 5 el número de reactores actuales en unos 50 años, pasando de unos 400 a, digamos, a 2000. Si la vida activa de esos nuevos reactores (como el de Olkiuoloto) va a ser unos 50 años, el número de reactores x año en funcionamiento, 50 años después de haber sido puestos en marcha será de 50 x 2000 = 100.000. Para que la probabilidad de un accidente al estilo de TMI sea como mucho 1 en 50 años en toda la flota (creo que puede descartarse otro Chernóbil en los reactores de GIII y GIV), la seguridad de cada reactor tiene que implicar que la probabilidad de un accidente sea menor de uno en cien mil años de operación (compárese con los 25 años de Cofrentes).

No es imposible, ni mucho menos y de hecho, es bien probable que el EPR sea capaz de acercarse a estas cifras y algunos de los diseños de GIV pueden mejorarlas, quizás por mucho. Pero tampoco es un problema fácil ni que pueda tomarse a la ligera. Conseguir reactores extremadamente seguros (a un coste razonable) es uno de los grandes retos a superar cuando se piensa en una expnasión nuclear a gran escala.

Y sin embargo, del accidente de TMI se deriva, como Manolo Lozano comenta acertadamente, otro dilema, quizás aún más difícil de resolver que el de la seguridad. Es el dilema de la confianza. Hay un círculo vicioso cuyo origen posiblemente se deba a la conexión entre las apliacaciones pacíficas y bélicas. Todo lo nuclear ha sido siempre secreto, prohibido, oscuro: el público percibe que se les escamotea información, se les engaña. Esta percepción es exagerada por la miríada de informaciones incorrectas o falsas que provienen de sectores anti-nucleares y que van desde exagerar un incidente sin mayor importancia (digamos un incendio en un transformador, que nada tiene que ver con la radioactiviad y que podría ocurrir igualmente en cualquier central térmica o planta eléctrica) hasta inventarse mentiras como la del famoso pez mutante nadando en las aguas de Garoña. A su vez, la industria nuclear (y el personal de las centrales nucleares) tiene que enfrentarse a una cierta mentalidad "de estar sitiados".

En parte lo están, físicamente, ya que es necesario un complejo e impresionante sistema de seguridad para proteger la central de intrusismo (en el mejor caso) y agresiones terroristas (en el peor). Pero a su vez, las alambradas crean reclusos. Si no estuvieran, no faltaría quién propagaría el miedo alegando que las centrales no son seguras (cosa que de todas maneras se hace). Con ellas, la analogía entre central nuclea y cárcel se hace evidente en la psicología de unos y otros.

Lo cierto es que las alambradas son necesarias, al igual que los detectores de radiación y los guardias armados. Pero también es necesario luchar contra la tentación de no ofrecer en todo momento una información exacta y fidegina de todo incidente relevante, por más que se sepa que esa información será malinterpretada o manipulada por algunos sectores. El caso es que, a la larga, con la energía nuclear ocurre como con con la convivencia. La única manera de establecer una confianza duradera es no mentir nunca ni ocultar nada. Mejor enfrentarse a un disgusto más o menos grave hoy, que afrontar la catástrofe mañana.

El círculo vicioso, sin embargo, existe. Si un pequeño incidente (el accidente de un transformador fuera de la zona controlada) puede provocar un revuelo mediático que a su vez aumente la desconfianza y haga aún más grave el siguiente inciente leve, es inevitable la tentación a echar tierra sobre el asunto. Y sin embargo, posiblemente la solución sea la contraria. Ya hemos comentado que las inversiones de una central nuclear son altas. Comparadas con estas, quizás no sea una tontería contar con un excelente departamento de relaciones públicas cuya misión exclusiva sea relacionarse con el público y con la prensa, explicar las cosas y proporcionar y defender una información correcta.

Ciertamente, el futuro de la energía nuclear pasa por recupear a Jane Fonda entre sus filas.

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